12/04/10
De obreros supercalificados a artesanos de la chatarra
Un obrero corta el techo de un vagón de carga. Otro busca el parche entre una montaña de hierro. Los soldadores esquivan las chispas mientras moldean la medida exacta de un repuesto.
Así trabajan estos obreros ferroviarios que fueron los más capacitados 
      de Sudamérica y hoy, por obra y gracia de un país que mató el alma de los 
      trenes, son artesanos de la chatarra. 
      Sólo hay movimiento en la nave de los vagones, cuya rehabilitación costó 
      13 millones de dólares. Ocupa apenas tres de las 22 hectáreas totales de 
      lo que fue un emporio industrial de la Argentina en los años '50 y '60, 
      cuando empleaba a 5.600 personas y reparaba 200 vagones y 30 locomotoras 
      por mes. Hoy trabajan apenas 60 y otras 150 están en lista de espera, desde 
      hace más de un año. "La reapertura fue una esperanza para nosotros, 
      pero es cierto que hay mora en todo", dice la voz del operario Jorge 
      Llanos, que sale debajo de un casco azul. Es un personaje que participa 
      de la película La última estación, de Pino Solanas, que ahora traspasa la 
      pantalla, como en La Rosa Púrpura del Cairo, para hablar con Clarín: "Evitamos 
      un saqueo mayor durante el menem-bussismo, cuando montamos una olla popular 
      en la puerta, durante dos años, para evitar que se llevaran máquinas y materiales". 
      La historia juzgará a los responsables: los talleres de Tafí Viejo fueron 
      inaugurados el 25 de mayo de 1910, en el Centenario de la Patria, cuando 
      el país se perfilaba como una potencia mundial. Cien años después, son un 
      cementerio de yunques, tenazas, hornos de fundición, martillos, grúas para 
      locomotoras y chapas caídas del techo en la tormenta de hace un mes. Las 
      goteras forman lagunas y el pasto tapa ruedas y piezas de hierro oxidadas 
      por las heladas. 
      Cerrados por la dictadura y luego por el tándem Carlos Menem-Antonio Bussi, 
      reabiertos por Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner, con promesas de reincorporaciones 
      en tiempos de Cristina Kirchner, que no llegan, los galpones de Tafí Viejo 
      forman una ciudad fantasma, donde las palomas y los murciélagos hacen más 
      ruido que los motores. "En este momento se están reparando sólo seis 
      vagones para el Belgrano Cargas. Para que tengamos más trabajo, se tienen 
      que reactivar los trenes en todo el país, y eso no sucede, estamos prácticamente 
      paralizados", señala Miguel Angel Herrera, jefe del área de planeamiento 
      en el retorno democrático y ahora peón, como la mayoría de los que han recuperado 
      el empleo. Herrera, de origen radical, es el encargado de los festejos por 
      el cumpleaños número 100 de los talleres, una misión más difícil que diseñar 
      transbordadores para viajar a la estratósfera. "Producción hay, arreglamos 
      el Tren Alma, que hace pediatría social desde hace 30 años, pero queremos 
      más trabajo. Aclaren, por favor, que la cosa no es con Cristina, a quien 
      le estamos agradecidos, sino con un sátrapa que estuvo en la secretaría 
      de Transporte", dice Jorge Murillo, delegado de la Unión Ferroviaria. 
      El personaje que menciona prefiere los yates a los trenes. Otros funcionarios, 
      agrega Herrera, prefieren los camiones: "Más del 90 por ciento de la 
      carga viaja por las rutas y no por las vías. Son intereses muy fuertes, 
      que están protegidos desde el poder". Ya no se elaboran repuestos en 
      Tafí Viejo, como hace medio siglo, cuando se hacían hasta clavos miguelitos. 
      Y el piso sufre desniveles: se hundió cuando usaron los galpones como depósito 
      de azúcar. Sobrevive una placa que recuerda a los 22 desaparecidos que tuvo 
      el taller durante la represión ilegal y un Cristo Obrero junto a la frase 
      "Bendícenos en el trabajo". La recorrida termina, pero hay más. 
      El camino final es de baldosas de hierro, listas para ser fundidas si algún 
      día las precisan para convertirlas en piezas de un tren. Al cruzar la puerta, 
      la historia continúa. Todo el pueblo que se ve delante dependía del salario 
      de los talleres. Por eso se acercan tres desocupados, de la Agrupación Ex 
      Ferroviarios de Tafí, a reclamar lo que sienten que les corresponde. Y lo 
      hacen de una manera sorprendente: están dispuestos a trabajar un tiempo 
      ad honorem, gratis, para demostrar que están capacitados para hacerlo. 
      "Va más de un año de incumplimiento, tenemos que entrar", dice 
      Alfredo Palacios, 11 años aportados, apenas su nombre vinculado a la justicia 
      social. "Se habían comprometido a tomarnos, por escrito, acá está la 
      planilla, ahora nos quieren borrar", denuncia el calderero Juan Guillermo 
      Carrizo. Y Miguel Molina, electromecánico, asiente con el paraguas. (Clarín)
    
